¿QUÉ TIENE QUE VER EL COCHE CON LA POLÍTICA?
Llevo más de 20 años utilizando el coche para ir a trabajar. Ya sea porque
el lugar de trabajo o mi casa están mal comunicados, nunca he conseguido vivir
cerca de donde trabajo, ni poder desplazarme en transporte público. Si alguien
me preguntara si creo que es posible prescindir de mi coche, la respuesta
inmediata sería que no. Pero, obviamente, no es la única manera que existe para
desplazarme, ni el único trabajo que puedo realizar, por lo que, la razón de
que me sea imprescindible, deberé de buscarla en otro lugar. ¿Está nuestra
forma de vida moderna pensada para que nos sea necesario el uso del vehículo
particular? ¿Quién y cuándo se ha diseñado este modo de vida? En otras
palabras, ¿es el coche, según la definición de Winner, una tecnología
inherentemente política?
Como ocurre con algunas tecnologías inherentemente políticas, algunos
aspectos del vehículo son “flexibles”, pero otros son “rígidos”. Las
características de diseño y planificación específicas de los coches hacen que
esta tecnología posea cierta flexibilidad que responderá a los gustos,
limitaciones o necesidades de la sociedad. Pero, no hay coches si no hay
carreteras por las que transitar y es ahí donde las implicaciones políticas se vuelven
más rígidas. La gestión de las carreteras, así como de las vías urbanas,
requiere de una organización jerárquica administrativa que, con sus decisiones,
condicionarán la cantidad y la calidad de las comunicaciones. Asimismo, el
precio de los coches, el lugar de fabricación o los lugares donde está
permitido su uso es una decisión que toman unos pocos y el carácter a priori
democrático de los vehículos se vuelve absolutamente cuestionable.
Quien dispone de coche y de dinero para combustible, accede a mayores
beneficios. El uso masivo del coche ha llevado a construir millones de
kilómetros de carreteras, autopistas con peaje, robando espacios naturales y provocando
un gran impacto medioambiental. Adoptar el coche como artefacto cotidiano lleva
a gran parte de la sociedad a sentirlo como necesario porque ya toda la
sociedad y la economía se han organizado en torno a su utilización. Es decir,
ya tenemos marcado un camino, una dirección por la que la sociedad transita,
con un ritmo que difícilmente podemos ignorar y asumiendo unos enormes costes,
no solo económicos (de esos ya somos conscientes), sino también ambientales y
sociales.
Como toda tecnología, también la del coche particular es prescindible. La
sociedad sería muy diferente, pero podríamos haber vivido sin ella; yo no
viviría tan lejos de mi oficina y no podría recibir en mi casa productos
comprados online 24 horas antes. Las evidentes mejoras a nuestra calidad de
vida que depositamos en el hecho de poder desplazarnos cuando y todo lo que queramos,
no están lejos de convertirse en graves problemas en el futuro. Las
consecuencias del uso del coche ya están suponiendo un aumento de la
temperatura del planeta, a lo que le deberemos sumar los problemas de
abastecimiento de combustible que no tardarán en llegar. El futuro del coche no
podrá ser como el de ahora, a pesar de las promesas del coche eléctrico o del
hidrógeno “verde”, y eso traerá cambios significativos en nuestra sociedad.
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