LA EPISTEMOLOGÍA HISTÓRICA NO ES ESENCIALISTA

 

La tentación de que la epistemología histórica sea esencialista, es grande. Por un lado, el enfoque dominante en epistemología ha sido el enfoque purista, es decir, suponer los hechos epistémicos como hechos puros. Asimismo, una gran ventaja de asumir que sea esencialista la encontramos en el hecho de que las normas puedan inferirse de la noción intemporal e invariable del conocimiento. Encontramos, además, que es muy sensato ser intuitivamente esencialista cuando nos enfrentamos a la percepción del mundo y de una gran utilidad en la comunicación de la vida cotidiana.

Sin embargo, lo que en la vida corriente es útil y sensato, en este caso la visión esencialista, no tiene por qué ser verdadero. De hecho, con el avance de la ciencia moderna este esencialismo ha ido perdiendo fuerza, siendo uno de los ejemplos más paradigmáticos la definición de especie que realiza Charles Darwin a partir de su teoría de la evolución, que nada tiene que ver con la definición tradicional claramente esencialista. La historia del esencialismo sirve, además, para poner en evidencia cómo la historia de la ciencia influye directamente en los prejuicios epistemológicos establecidos. 

Precisamente, este prejuicio esencialista que ha existido durante mucho tiempo es una de las causas de que la epistemología histórica no haya sido desarrollada hasta un tiempo reciente. La epistemología histórica debe ser consistente con la contingencia y con la relatividad históricas del conocimiento, de ahí que no pueda ser esencialista. La historia del conocimiento, especialmente del conocimiento científico, no es, por tanto, compatible con la idea de esencialismo y la epistemología histórica se opone a ella.

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