DA IGUAL QUE HABLE, NO LE ESCUCHO

 

Foto: Andrea Piacquadio (pexels.com)

Recuerdo un profesor de historia del instituto al que prácticamente ningún alumno escuchaba. Y mira que él hablaba y hablaba y hablaba. Pero lo hacía de una manera tan monótona, tan aburrida, tan poco cercana, que ya desde el comienzo de la clase conseguía que nadie le escuchara. Apenas introducía el tema del día, ya conseguía que cada uno nos adentráramos en nuestro mundo interior, comenzásemos a dibujar o a escribir cualquier cosa. ¡Y mira que hablaba alto! Pero daba igual, porque oír, lógicamente, sí que le oíamos, pero escuchar…

Le oíamos, aunque no quisiéramos; oíamos su voz monótona, el sonido de la tiza en la pizarra, alguna que otra tos, bocinas de coches que provenían del exterior, el fluorescente que siempre parpadeaba, algún que otro cuchicheo en las filas de atrás. Y es que oír es un acto involuntario, lo hacemos de forma inconsciente.

Pero escuchar es otra cosa. Para escuchar, debemos querer escuchar, es decir, es una actitud, una elección voluntaria que, en general, no nos cuesta mucho esfuerzo y por eso nos parece que lo hacemos sin darnos cuenta, pero otras veces, como en el caso de mi profesor de historia, se nos convierte en una tarea titánica. Una manera de ayudar en esa actitud hacia la escucha es a través de las emociones, algo que mi profesor debía ignorar.

Foto: Andrea Piacquadio (pexels.com)

Disponemos de un sistema auditivo increíble; esas ondas que conforman el sonido y que se propagan por el aire, se encuentran con un orificio, nuestro oído externo, y no pueden evitar entrar. Una vez dentro, mediante procesos físicos y químicos esas ondas sonoras se convierten en señales eléctricas que acaban llegando a nuestro cerebro. Y es precisamente en este momento en el que se produce un cambio importante, entre lo que nuestro oído oye y lo que nuestro cerebro interpreta.

Oír, oímos todos los sonidos que llegan a nuestro tímpano, pero escuchar, no los escuchamos todos. Seleccionamos (inconscientemente) los sonidos que nos son realmente necesarios y con esos construimos nuestra realidad. Pero, también hacemos otra cosa alucinante: rellenamos huecos allá donde nuestra mente cree que falta algo de información y nos “inventamos” ciertos sonidos que a nuestra mente le gustan, muchas veces porque le es familiar. Según escribe el neurocientífico José Ramón Alonso, “la clave del proceso perceptivo parece ser la predicción… nuestros cerebros construyen formas, imágenes, patrones, escenas y luego las encuentran, más o menos parecidas, en la información sensorial. Esa cantidad ingente de información, … son ordenadas mediante la creación de modelos, de pronósticos, sobre qué es y cómo es lo que genera esas señales sensoriales que llegan hasta nosotros”.

Debido a esta interpretación y como ocurre con otros sentidos, el auditivo también tiene su listado de ilusiones, una serie de errores sistemáticos que casi todos cometemos. Según Alonso “los errores pueden tener mayor o menor credibilidad según el contexto y al final nuestro cerebro intenta minimizar la incertidumbre, conseguir que nuestro mundo cerebral sea una imagen razonable y fiable del mundo real, y afianza las predicciones que mejor encajan con las entradas sensoriales”.

De igual manera, al escuchar música, cada uno de nosotros la percibe de forma diferente, es decir, las emociones que la música nos provoca son subjetivas, de ahí que no sea raro encontrarnos con personas que no soportan a nuestro cantante favorito o que les encanta ese hit que a ti te deja indiferente. Que una canción te haga llorar, bailar o te suba el ánimo está condicionado, entre otros factores, por la memoria asociada a la escucha de dicha canción, al estado de ánimo y el ambiente en el momento en que la escuchamos, así como a nuestra personalidad o nuestra cultura.

La música que nos emociona lo hace, en parte, porque genera expectativas mientras la escuchamos. Os invito a ver esta charla TED de Paolo Bortolameolli titulada “¿por qué nos emociona la música?”


Escuchar música, escuchar al profesor de historia en clase, son actos que requieren de nosotros una actitud. Lo que nuestro aparato auditivo oiga, nuestro cerebro lo interpretará, lo matizará, lo modificará y se generarán emociones. En el caso de la música se me antoja un hecho sencillo, no así en el caso de la clase de historia; antes que nada, es necesario querer escuchar.

Comentarios

  1. Hola Onintze! Bienvenida a Ciencia y Artes. Me ha encantado tu primer trabajo sobre "oir y escuchar". Está muy bien redactado y estructurado. Has acudido a una fuente pertinante y es evidente que el tema te ha suscitado una reflexión de bastante profundidad. La introducción de tu reflexión me parece muy apropiada: contextualizar el tema en un hecho de la vida cotidiana. También el título ha requerido de un procesamiento personal (otros han puesto sin más, "Oir y escuchar"). Valoro mucho la creatividad, el sentido del humor, un contenido apropiado con buenas ilustraciones que hagan muy atractiva la actividad divulgativa. Buen trabajo!!

    Ya tienes tu primer punto...

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