VALENTINA


Un día mi padre llegó a casa con algo entre sus manos y un brillo en los ojos que denotaban su emoción. Me tendió una revista y me regaló una amplia sonrisa. No tuvo que decirme nada. Yo sabía que eso que me traía me iba a interesar muchísimo. Pero no sabía, aunque seguramente él sí, que también despertaría algo en mí. Era una fotografía de Valentina Tereshkova, la primera mujer en viajar al espacio.



Yo aún no había nacido cuando Yuri Gagarin realizó el primer viaje espacial en 1961, ni cuando Valentina se convirtió en la primera mujer en ver la Tierra desde el espacio exterior dos años después. También me perdí la llegada de Neil Amstrong y Buzz Aldrin a la Luna. Nací dos años después. Y realmente, no sé cuándo ocurrió, tampoco recuerdo bien cómo, pero todo aquello que ocurría por encima de mi cabeza empezó a interesarme.

Fue también mi padre quien me regaló mi primer libro de astronomía. En realidad, eran fotocopias de un libro que un amigo suyo tenía y que pronto comencé a subrayar. El sistema solar, con sus planetas y lunas, enanas blancas, gigantes rojas, supernovas, nebulosas, galaxias, cúmulos de galaxias. Un largo viaje que aún no terminado y que comenzó entre aquellas páginas.



A ese primer libro, que lamentablemente no conservo ni recuerdo título o autor, le siguieron algunos más. Dos de ellos los recuerdo especialmente: Civilizaciones Extraterrestres de Isaac Asimov, que cayó en mis manos por casualidad, e Historia del Tiempo de Stephen Hawking.

Pero fue, sin duda, aquella fotografía que me dio mi padre lo que más me impactó, lo que más me motivó. Y marcó, de alguna manera, parte del camino que he recorrido a lo largo de mi vida. O, al menos, me animó a dibujar un pequeño sendero que ha transcurrido paralelo a ese camino.

Recuerdo que al ver la fotografía de Valentina lo primero que sentí fue sorpresa. Sorpresa por ver a una mujer con un traje espacial, una mujer astronauta (o, en su caso, cosmonauta). Yo, hasta entonces, solo había visto hombres astronautas. Lo siguiente que pensé fue, ¡cómo me gustaría ver la Tierra desde el espacio, como Valentina!


Pero hay más momentos mágicos que el Universo ha querido compartir conmigo, como la primera vez que observé los cráteres de la Luna con un telescopio. Eso me sigue fascinando. O cuando tumbada una noche en el desierto de Wadi Rum en Jordania me quedé clavada en la arena, empachada con la cantidad de puntos brillantes del cielo. O las impresionantes imágenes en color de Júpiter, con su Gran Mancha Roja, obtenidas por el telescopio espacial Hubble. Y, cómo no, la espectacular imagen de un agujero negro el año pasado, algo que me parecía imposible llegar a ver algún día.


Muchos han sido los momentos, las imágenes, los textos que conservo conmigo como pequeños tesoros. Una familia de tesoros espaciales y especiales que sigue creciendo. No soy astronauta, a pesar de lo que le prometí a Valentina, ni astrofísica, ni cosmóloga. Estudié Física, me enamoré aún más de la astronomía, y me quedé en tierra.


En tierra, pero observando el cielo. De día vigilo las nubes y de noche, si he conseguido ahuyentarlas, disfruto del firmamento. Y me fijo en las estrellas. Me gusta pensar que en alguna de ellas está quien, siendo yo pequeña, me regaló esa inspiradora fotografía.

Comentarios

Entradas populares de este blog

JUGANDO CON EL AZÚCAR

¿FE CIEGA EN LA TECNOLOGÍA?

HISTORIA DE LA CIENCIA EN AMÉRICA LATINA