BREVES INSTANTES
Creo en
palabras que nos dijimos
y en el
lenguaje secreto que hicimos.
Creo en la
estrella con prisa
que, amándonos, vimos caer.
Silvio Rodríguez, “Con melodía de adolescente”
Instantes apenas apreciables. Momentos que rápidamente escapan.
Sensaciones, emociones del aquí y del ahora. Apenas una ínfima parte del tiempo que pasamos conscientes está desprovisto del
lenguaje. De la necesidad del uso del lenguaje y del pensamiento simbólico.
El dulce olor del bizcocho que sigue creciendo
en el horno, el viento helador que espabila el rostro una mañana de invierno, el
sabor de sus besos, el concierto improvisado de los pájaros frente a mi
ventana o el maravilloso espectáculo de la luna llena abriéndose camino entre las montañas. Sensaciones que no precisan del lenguaje
para ser vividas.
El dolor, la risa, el llanto, el miedo, el placer.
Vivencias que no necesitan palabras. Vivencias de corta duración, sujetas en el tiempo
y en el espacio y vividas en primera persona. No precisamos del lenguaje cuando
experimentamos una sensación, una emoción que nos ocurre a nosotros, aquí y ahora.
Sin embargo, el instante en el que huelo el
bizcocho es rápidamente desplazado por un pensamiento que me dice que quedan 5
minutos para apagar el horno. En ese mismo momento, ya preciso del lenguaje
para plasmar esa acción de futuro. La sensación de frío en mi piel me llevará rápidamente a recordar dónde guardé la bufanda, para lo que necesitaré plasmarlo en palabras
que me transportarán al pasado. El sabor de sus besos quizás me lleve
inmediatamente a decirle lo mucho que lo quiero, mientras que el canto de los pájaros me hará reflexionar sobre la
necesidad de un mayor contacto con la naturaleza. Y reflexionaré con palabras. Y esa
brillante luna llena puede que me invite, antes de darme cuenta, a utilizarla
de intermediaria en diálogos con personas que ya no están a mi lado, diálogos en la intimidad
de mi mente.
Cuando mi mente evoca estos recuerdos y, por
lo tanto, piensa en ellos, no estoy segura de estar utilizando palabras o simplemente lo que hago es revivir esas sensaciones. Eso sí, al calificarlas, al definir
cómo me han hecho
sentir, al decidir qué debo hacer a continuación o al querer compartirlas con otras personas, necesito recurrir al
lenguaje.
El lenguaje está siempre ahí, al acecho, volviéndose imprescindible
sin apenas darnos cuenta. Pero es lo que nos ha permitido sobrevivir y evolucionar
como especie. La transmisión de ideas y de información, la comunicación, la planificación, no serían posibles sin el lenguaje. Un lenguaje que nos permite entrar de
alguna manera en las mentes de los que nos escuchan, introducirles ideas y
conocimientos, en una rueda de mutuo enriquecimiento.
Cuando me encuentro frente al mar, en un día soleado y fresco y
con viento norte, no necesito ningún simbolismo para sentir la caricia del sol y del viento, el olor a salitre,
el sonido de las olas y el inalcanzable horizonte. Es una sensación que no necesita palabras.
Sólo para compartirlo,
para contártelo, usaré el lenguaje. Bueno, para eso y para casi todo lo demás.
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