SOY UN PROTÓN


Soy un protón y ahora habito en el núcleo de un átomo de hierro. Vivo en el centro del planeta Tierra, pero nací muy lejos y hace muchísimo tiempo. Soy 0,00001 segundos más joven que el universo. Y desde que vine al mundo me han pasado cosas asombrosas y fascinantes. ¿Quieres conocer mi vida? Acompáñame.

La historia de mi vida comienza con la existencia de una singularidad, un punto tan denso y tan caliente que en un momento dado explota. A partir de esa explosión, llamada Big Bang, comienzan a existir la materia y la energía, así como el espacio y el tiempo. En ese instante, hace unos 13800 millones de años, nacieron las partes elementales que me conforman, los quarks. Tras la expansión posterior al Big Bang la temperatura descendió rápidamente lo que posibilitó que los quarks se juntaran en grupos de tres. Y así nací yo.

Junto con los neutrones y los electrones comenzamos a dibujar el universo. Para ello fue necesaria la participación de las cuatro fuerzas que también surgieron tras la explosión; la fuerza electromagnética, la fuerza de la gravedad, la fuerza nuclear débil y la fuerza nuclear fuerte.

En los primeros 100 segundos de mi vida me convertí en un núcleo de hidrógeno, el elemento más simple del universo, mientras que otros protones se unieron en grupos de dos para formar los núcleos de helio, aunque eran minoría. Por aquel entonces también nacieron los fotones, las partículas que portaban la fuerza electromagnética, aunque todavía no podían viajar libremente como lo hacen ahora.

Viví sin compañía durante unos 380000 años antes de juntarme con un electrón, ya que para permanecer juntos y tener una relación estable la temperatura debía ser muy inferior. Juntos formamos un átomo de hidrógeno. La mayoría de los protones hicimos lo mismo y así el hidrógeno pasó a suponer el 75% de los átomos existentes, proporción que aún se mantiene hoy en día.

Junto con el electrón formamos un átomo neutro, es decir, sin carga positiva ni negativa. Así, los fotones se vieron libres para poder viajar entre nosotros y desde entonces no han parado quietos. Precisamente, esos primeros fotones son los que ahora pueden ser vistos desde la Tierra, la llamada radiación cósmica de fondo.

El primer grupo de amigos lo hice a una edad aproximada de decenas de millones de años, ya que gracias a la fuerza de gravedad comenzamos a juntarnos unos átomos con otros. Al unirnos la densidad fue tal que comenzaron a darse reacciones de fusión nuclear. Había nacido una estrella y ese era mi nuevo hogar.

Viví muchos años en esa estrella, casi todo el tiempo en el núcleo de un átomo de hidrógeno y posteriormente de helio. La estrella envejeció, se convirtió en gigante roja y comenzaron a producirse nuevas fusiones. Cuando me llegó el turno, pasé a formar parte de núcleos más pesados; primero fue el carbono, luego el oxígeno, el sodio, el magnesio y el cloro. En cada paso compartía el núcleo con más compañeros y liberábamos mucha energía. La última reacción de fusión antes de morir la estrella fue la de generar el átomo de hierro. Y así acabé yo también, con otros 25 protones y 30 neutrones conformando un núcleo de hierro. En ese punto la estrella ya no podía generar más energía con sus reacciones, ya estaba al borde de la muerte. La estrella, entonces, colapsó.



Su núcleo, donde estaba yo por formar parte de un elemento más denso, se contrajo rápidamente y nos convertimos en una diminuta estrella de neutrones extraordinariamente densa que explotó en lo que se conoce como supernova. Gracias a esa explosión, en la que la energía generada fue altísima, se pudieron formar núcleos atómicos más pesados que el hierro, como son los núcleos de plata, estaño, oro, mercurio o plomo. Estos nuevos átomos y todos los que ya nos habíamos ido formando durante la vida de la estrella salimos al universo exterior y servimos de materia prima para nuevas formaciones. Ahí estaba yo, en mi átomo de hierro, formando parte de una gran nube de gas y polvo, listo para una nueva vida.


Y ahí estaba también la incansable fuerza de la gravedad haciendo que nos juntáramos unos con otros cada vez más, hasta que esa nube de gas se condensó formando el Sistema Solar. La zona de mayor densidad dio lugar al Sol y yo tuve la suerte de encontrarme en la zona en la que se originó la Tierra.

Eso ocurrió cuando yo tenía unos 9200 millones de años, pero el proceso de formación de la Tierra duró mucho, unos 100 millones de años. Durante ese período los núcleos más densos nos fuimos agrupando en el centro y a nuestro alrededor se iban colocando los más ligeros. Así es como terminé en el núcleo del planeta Tierra. Al parecer contribuyo a generar un escudo que protege a la Tierra de la radiación solar y soy responsable indirecto de las fascinantes auroras polares. No está mal.


Un largo viaje, sin sobresaltos durante largos periodos, pero explosivamente maravilloso en los momentos de cambio. Una vida que me ha llevado desde el centro del universo un instante después de su inicio, hasta 13800 millones de años después a habitar el núcleo de un pequeño planeta de una galaxia cualquiera. Los habitantes inteligentes de ese insignificante planeta, sin embargo, han sido capaces de conocer mi existencia, de rastrear y comprender mi vida y ahora siguen haciéndose preguntas y hallando respuestas sobre el universo que juntos conformamos.

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