Mi araña y yo
Mientras trabajo con el ordenador veo que algo
se mueve por el suelo. Es una araña. Vivo en un pueblo, así que, este tipo de compañía es habitual. No tengo más que levantarme y hacer que desaparezca. Pero me quedo mirándola. Y pienso, ¡qué diferentes somos esa araña y yo! Tamaño, fisiología, cerebro. No tenemos
nada en común. Aparentemente. Porque si nos adentramos en el mundo microscópico de nuestras células, las de mi araña y las mías, puede que nos
llevemos alguna sorpresa. Vamos a por el microscopio.
La célula, de forma simple y resumida, está compuesta por su núcleo, el citoplasma y
la membrana que la protege. Dentro del núcleo, como elemento principal, se encuentra
el ADN, una macromolécula formada por los cuatro elementos básicos CHON (carbono,
hidrógeno, oxígeno y nitrógeno provenientes de la
muerte de las estrellas). Su función es ordenar la generación de aminoácidos que después sintetizarán las proteínas que necesitamos. El ADN posee un tesoro; el código genético, la herencia genética que pasamos a
nuestros descendientes.
El código genético es como un libro
de instrucciones que una célula necesita para saber cómo hacer una proteína específica. El libro solo contiene cuatro “letras”: A (adenina), T (timina),
C (citosina) y G (guanina), correspondientes a diferentes compuestos químicos o nucleótidos. Las “palabras” las componen combinaciones
de tres de estos nucleótidos.
Cada trío de nucleótidos designa un mismo
aminoácido, en mi ADN y en el de la araña (en realidad, en la inmensa mayoría de los seres vivos).
La diferencia está en el orden que siguen estos tríos, la secuencia en la que están dentro del código. Mismo código genético pero distinta
secuencia en el caso de la araña y en el mío.
Sigo mirando a la araña, cada vez con más cariño (no es de las
peligrosas). Y es que, todas las células, las mías, las de la araña y las de todos los seres vivos de nuestro planeta proceden de una
sola célula originaria. Esa célula es la que originó el resto de células a partir de sus
divisiones y de su diferenciación que se dio de forma progresiva a lo largo de miles de millones de años.
El azar, los errores, la competencia, la
selección natural, hicieron evolucionar a esas células, que se convirtieron
en organismos multicelulares, cada vez más complejos y mejor adaptados al medio. Y en
ese largo camino nacieron también las células que nos hicieron a los seres humanos tal y como somos y a las arañas, tal y como son.
Las células viven y hacen su trabajo a las órdenes del ADN, cuya
finalidad es que esa cadena de células no se detenga y puedan así preservar nuestros genes, generación tras generación. Tanto la araña como yo no somos más que alojadores
temporales de nuestros genes que continuarán su ciclo vital por el
planeta Tierra una vez que ya no estemos para contarlo.
Así que, mi araña y yo procedemos
de la misma célula y tenemos
el mismo código genético. Somos compañeras de
viaje en esta fascinante aventura que es la vida y formamos parte de esta
cadena vital. Desde el punto de vista de la vida, somos muy parecidas. O lo que
es lo mismo, no somos tan diferentes.
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