LA LUNA Y SUS PODERES
¿Qué efectos son atribuibles a la Luna? ¿provoca
cambios en el tiempo? ¿nos da
pistas de cómo será la próxima
estación? ¿nos dice cuándo
sembrar, podar o cuándo
cortarnos el pelo? ¿nos vuelve más violentos? ¿provoca
partos?
Pues
no. Sería
bonito, pero no. Hace tiempo que la ciencia acabó con esas “teorías”. Sin embargo, no han
desaparecido del todo. Muchos siguen “creyendo” en estas influencias de la
Luna y la mayoría
habrán
oído
hablar de ellas, pero ¿cuántos conocen las verdaderas, las que la ciencia ya ha explicado
y probado? Si eres de los que no lo tiene claro, te invito a seguir leyendo.
Que
en la Tierra haya vida es fruto de un cúmulo de acontecimientos tan complejos
como sorprendentes. Nace el universo, evoluciona, se forma nuestra galaxia, se
configura el Sistema Solar y ahí aparece un planeta rocoso, con agua
en forma líquida
y a una distancia perfecta del Sol, ni muy lejos, ni muy cerca, donde se
desarrolla la vida. Y como compañera de viaje tenemos a la Luna que, aunque
pase más
desapercibida su contribución, también aporta su granito de arena.
Sin ella la vida no sería tal y como la conocemos.
Pero
su influencia va más allá y, como demostró el ingeniero y astrónomo serbio Milutin
Milankovic, la Luna, junto con otros planetas del Sistema Solar, provocan con
sus atracciones gravitacionales cambios cíclicos en la órbita de la Tierra y esto, a
su vez, provoca cambios en el clima de nuestro planeta, también cíclicos. Cambios que se
asocian a variaciones en la cantidad de radiación solar recibida en cada
latitud y en cada estación del año, y que están detrás de las glaciaciones por las
que ha transitado la Tierra.
Estos
cuerpos celestes provocan cambios cíclicos en la precesión de los equinoccios (es decir, en cómo coinciden los equinoccios
y solsticios con los momentos en los que la Tierra está más lejos o más cerca del Sol), en la excentricidad
de la órbita
de la Tierra y en la inclinación del eje de rotación terrestre (oblicuidad).
Estos ciclos reciben el nombre de ciclos de Milankovic y fueron confirmados tras
analizar material extraído de las profundidades de los océanos.
Ciclos de Milankovic
Y
hablando de los océanos, he dejado para el final el efecto que más fácilmente podemos comprender.
El efecto de las mareas. Tengo la suerte de vivir cerca del mar cantábrico, así que ese espectáculo lo disfruto a menudo. La
Luna y la Tierra se atraen mutuamente, tirando cada una de la otra. La Luna “mueve” ligeramente la parte sólida, algo menos la parte
gaseosa, es decir, la atmósfera, y notablemente más la parte líquida.
Los efectos de tal
fuerza solo se manifiestan si la masa de líquido, en nuestro caso, de
agua, es suficientemente grande. Y ahí tenemos los océanos, respondiendo a la llamada
de la Luna. Dos veces al día el agua se retira hacia el océano (bajamar) y otras dos
veces se acerca a nuestras costas (pleamar). En zonas donde otros factores
amplifican las mareas se han llegado a medir diferencias entre la bajamar y la
pleamar de más
de 10 metros.
Pero
aún hay
más.
Cuando la Luna y el Sol se alinean con la Tierra, es decir, cuando tenemos luna
llena o luna nueva, las fuerzas gravitacionales del Sol y la Luna se suman y
las mareas son más
intensas, más
vivas. Además,
cuando estamos próximos
a los equinoccios de primavera y otoño, esas mareas son aún más vivas. Se trata de las
mareas más
vivas del año ¿No es impresionante?
Como
resultado de la interacción Tierra-Luna se producen otros
efectos. Por un lado, la rotación de la Tierra se está frenando como respuesta a la
pérdida
de energía
que suponen las mareas y, por otro lado, nuestro satélite se está alejando de nosotros, unos
3,8 cm cada año.
Ambos efectos, claro está, imperceptibles.
De
la Luna se podrían
decir muchas más
cosas; que provoca los eclipses de Sol, que siempre nos muestra la misma cara, que
no tiene luz propia, que se ve distinta en cada hemisferio, que aún mantiene las huellas de los
impactos de asteroides y cometas, que en su superficie hay agua y un largo etcétera que daría para otra entrada del
blog.
La
Luna me fascina, desde muy pequeña. Pero no necesito imaginármela como responsable de mis
cambios de humor, de mis dolencias o de que mañana vaya a nevar, porque no
encuentro una razón
para ello. Me emociona imaginarme a la Luna tirando de los océanos y haciendo que en
nuestras playas el agua suba y baje dos veces al día, exactamente a la hora
prevista, puntual a la cita, ni un minuto antes ni un minuto después. Eso no falla. Y me
fascina. Así
que, el verdadero poder de la Luna, como cuerpo celeste que es, es el que emana
de su fuerza gravitatoria. Para mis noches en vela tendré que buscar otra razón.
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