LA LUNA Y SUS PODERES


¿Qué efectos son atribuibles a la Luna? ¿provoca cambios en el tiempo? ¿nos da pistas de cómo será la próxima estación? ¿nos dice cuándo sembrar, podar o cuándo cortarnos el pelo? ¿nos vuelve más violentos? ¿provoca partos?  

Pues no. Sería bonito, pero no. Hace tiempo que la ciencia acabó con esas teorías. Sin embargo, no han desaparecido del todo. Muchos siguen creyendo en estas influencias de la Luna y la mayoría habrán oído hablar de ellas, pero ¿cuántos conocen las verdaderas, las que la ciencia ya ha explicado y probado? Si eres de los que no lo tiene claro, te invito a seguir leyendo.

Que en la Tierra haya vida es fruto de un cúmulo de acontecimientos tan complejos como sorprendentes. Nace el universo, evoluciona, se forma nuestra galaxia, se configura el Sistema Solar y ahí aparece un planeta rocoso, con agua en forma líquida y a una distancia perfecta del Sol, ni muy lejos, ni muy cerca, donde se desarrolla la vida. Y como compañera de viaje tenemos a la Luna que, aunque pase más desapercibida su contribución, también aporta su granito de arena. Sin ella la vida no sería tal y como la conocemos.

Por un lado, porque gracias a la Luna el eje de rotación de la Tierra se mantiene estable en los 23,5° actuales, variando entre 21,5° y 24,5°cada 41000 años aproximadamente. Si la Tierra no contase con la fuerza de gravedad que ejerce la Luna, su eje de rotación podría variar mucho más, hasta 90°. Y es importante que el eje de rotación sea el que es porque gracias a esa inclinación existen las estaciones. En el hemisferio norte nos encontramos en verano no cuando estamos más cerca del Sol, sino cuando, gracias a la inclinación del eje, recibimos más directamente los rayos solares.



Pero su influencia va más allá y, como demostró el ingeniero y astrónomo serbio Milutin Milankovic, la Luna, junto con otros planetas del Sistema Solar, provocan con sus atracciones gravitacionales cambios cíclicos en la órbita de la Tierra y esto, a su vez, provoca cambios en el clima de nuestro planeta, también cíclicos. Cambios que se asocian a variaciones en la cantidad de radiación solar recibida en cada latitud y en cada estación del año, y que están detrás de las glaciaciones por las que ha transitado la Tierra.

Estos cuerpos celestes provocan cambios cíclicos en la precesión de los equinoccios (es decir, en cómo coinciden los equinoccios y solsticios con los momentos en los que la Tierra está más lejos o más cerca del Sol), en la excentricidad de la órbita de la Tierra y en la inclinación del eje de rotación terrestre (oblicuidad). Estos ciclos reciben el nombre de ciclos de Milankovic y fueron confirmados tras analizar material extraído de las profundidades de los océanos.

Ciclos de Milankovic

Y hablando de los océanos, he dejado para el final el efecto que más fácilmente podemos comprender. El efecto de las mareas. Tengo la suerte de vivir cerca del mar cantábrico, así que ese espectáculo lo disfruto a menudo. La Luna y la Tierra se atraen mutuamente, tirando cada una de la otra. La Luna mueve ligeramente la parte sólida, algo menos la parte gaseosa, es decir, la atmósfera, y notablemente más la parte líquida. 

Los efectos de tal fuerza solo se manifiestan si la masa de líquido, en nuestro caso, de agua, es suficientemente grande. Y ahí tenemos los océanos, respondiendo a la llamada de la Luna. Dos veces al día el agua se retira hacia el océano (bajamar) y otras dos veces se acerca a nuestras costas (pleamar). En zonas donde otros factores amplifican las mareas se han llegado a medir diferencias entre la bajamar y la pleamar de más de 10 metros.


Pero aún hay más. Cuando la Luna y el Sol se alinean con la Tierra, es decir, cuando tenemos luna llena o luna nueva, las fuerzas gravitacionales del Sol y la Luna se suman y las mareas son más intensas, más vivas. Además, cuando estamos próximos a los equinoccios de primavera y otoño, esas mareas son aún más vivas. Se trata de las mareas más vivas del año ¿No es impresionante?


Como resultado de la interacción Tierra-Luna se producen otros efectos. Por un lado, la rotación de la Tierra se está frenando como respuesta a la pérdida de energía que suponen las mareas y, por otro lado, nuestro satélite se está alejando de nosotros, unos 3,8 cm cada año. Ambos efectos, claro está, imperceptibles.

De la Luna se podrían decir muchas más cosas; que provoca los eclipses de Sol, que siempre nos muestra la misma cara, que no tiene luz propia, que se ve distinta en cada hemisferio, que aún mantiene las huellas de los impactos de asteroides y cometas, que en su superficie hay agua y un largo etcétera que daría para otra entrada del blog.

La Luna me fascina, desde muy pequeña. Pero no necesito imaginármela como responsable de mis cambios de humor, de mis dolencias o de que mañana vaya a nevar, porque no encuentro una razón para ello. Me emociona imaginarme a la Luna tirando de los océanos y haciendo que en nuestras playas el agua suba y baje dos veces al día, exactamente a la hora prevista, puntual a la cita, ni un minuto antes ni un minuto después. Eso no falla. Y me fascina. Así que, el verdadero poder de la Luna, como cuerpo celeste que es, es el que emana de su fuerza gravitatoria. Para mis noches en vela tendré que buscar otra razón.

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