EL ECO DE LA SORPRESA


Cuando yo era pequeña y el verano tocaba a su fin, mi aitite nos llevaba a mis hermanos y a mí a recoger moras. Siempre hacíamos una parada obligada en el camino, en un lugar especial. El lugar del eco.

Y allí he querido volver. Volver a gritarle al aire y confirmar lo que siempre hemos considerado como cierto: que la pared que nos devolvía aquellos gritos infantiles era la que se veía enfrente, la peña de Batxikabo, cerca de Espejo, en Álava. Esperando a que amainara el viento, he logrado, por fin, grabar el eco. Aconsejo ponerse auriculares y subir el volumen para poder escucharlo.


El sonido es una onda de presión, una perturbación que viaja por un medio material, en este caso, el aire. Estas ondas longitudinales chocan con obstáculos que encuentran a su paso y parte de su energía es reflejada. Si las ondas reflejadas llegan a nuestros oídos es lo que llamamos eco. Para poder escuchar el eco los sonidos deben ser emitidos como pulsos, no pueden ser sonidos continuos, porque si no, las ondas reflejadas se mezclan con las emitidas y no se aprecia el eco.

Los cálculos son sencillos, no hay más que utilizar la relación entre la velocidad, el espacio y el tiempo: v = 2d / t, donde d es la distancia entre el emisor del sonido y la superficie que lo refleja (para escuchar el eco el sonido ha tenido que recorrer la distancia d dos veces), v la velocidad del sonido y t el tiempo transcurrido entre la emisión del sonido y su eco.
La velocidad del sonido es conocida, aunque depende de la temperatura del aire, y también de la humedad y presión, aunque en menor medida. Solo tendremos en cuenta la temperatura que, en el momento de la grabación, rondaba los 10°C. A esa temperatura, la velocidad del sonido es de 337 m/s (que se obtiene de la fórmula v=v0+0,6T, donde v0 es la velocidad del sonido a 0°C, 0% de humedad y 1 atm de presión y equivale a 331,3 m/s y T es la temperatura del aire).

La precisión en la medida del tiempo tampoco es alta, pero en todas las mediciones realizadas superaba ligeramente el segundo. El valor que más veces resultó es de 1,1 segundos, así que ya tenemos los dos valores necesarios, aunque aproximados, para determinar la distancia.

d = (337 x 1,1) / 2 = 184 m (valor redondeado)

Veamos qué encuentro a unos 184 metros de mí, en perpendicular. Lo compruebo en Google maps. Primera sorpresa; ¡el bosque de chopos!

Distancia aproximada del punto de emisión a la primera hilera de chopos.

Está claro que no puede tratarse de la peña de Batxikabo, esas paredes se encuentran a casi 2 km de distancia. El resultado del cálculo me lleva a la conclusión de que la superficie que refleja el sonido de mi grito está en el bosque de chopos que tenemos justo enfrente. A más de uno le va a sorprender mi descubrimiento. A mí la primera. Y estoy emocionada y desconcertada.

Según la bibliografía que he podido consultar, la superficie donde se produce el eco debe ser plana para no crear interferencias entre las ondas y situarse lo más perpendicular posible a la dirección de propagación del sonido, no sirve cualquier obstáculo. Supongo que por eso hemos supuesto toda la vida que el eco lo producían las paredes de Batxikabo. Estaba preparada para aceptar que no fuese la peña, pero al menos, esperaba encontrar una pared, no un bosque.

Los chopos están plantados de forma regular, separados cada 4-5 metros, aproximadamente, en un bosque de unos 240 m de profundidad por 400 m de longitud. Son troncos delgados y largos y forman hileras más o menos cerradas. Teniendo en cuenta que la dimensión del obstáculo debe ser mayor que la longitud de onda del sonido emitido para que se produzca la reflexión, debe ser el conjunto de árboles los que ejercen de pantalla de reflexión. He intentado encontrar bibliografía que pudiera explicarme mejor cómo se produce esa reflexión, pero todo lo que encuentro hace referencia a la capacidad de absorción del sonido por parte de los árboles. Tarea que me queda pendiente.

Vuelvo al lugar y realizo más mediciones. Rodeo el bosque y compruebo que el eco, más o menos nítido, se percibe en todo su perímetro y me queda claro que el eco proviene del bosque. Hago otra prueba. Me voy acercando cada vez más al bosque y voy emitiendo gritos hasta que no escucho su eco. Me paro y mido la distancia. Para evitar las imprecisiones del sistema GPS he traído el metro. Segunda sorpresa: ¡16 metros!


A distancias cortas se produce reverberación y solo se escucha un sonido que se alarga. El cerebro humano no es capaz de percibir como dos sonidos distintos si el tiempo transcurrido entre un sonido emitido y su eco es inferior a 0,07 segundos, que equivale a una distancia de 12 metros: d = (337 x 0,07) / 2 = 12 m.

Así que, es necesario situarnos a más de 12 metros del obstáculo para poder escuchar el eco. Teniendo en cuenta lo aproximadas que son todas las mediciones, los 16 metros los podemos dar por correctos. En este vídeo puede apreciarse mejor las dimensiones y características del pequeño bosque que, desde hoy, es oficialmente responsable del famoso eco de Espejo.


El eco de mi infancia tiene ahora nuevos componentes. La siguiente generación ya podrá saber que son los chopos los que nos devuelven la voz, y que sólo lo harán si no nos acercamos mucho. El eco de mi infancia no se repite varias veces como ocurre en los cañones, y no cambia el sonido convirtiéndolo en el canto de un pájaro, como lo hace en algunas pirámides mayas, pero el eco de mi infancia es especial. Me ha guiado para conocer sus secretos.



REFERENCIAS
J. M. Wunderli and E. M. Salomons, A model to predict the sound reflection from forests, Acta Acust. United Ac. 95, 76-85 (2009).
Declercq, N.F., Degrieck, J., Briers, R., & Leroy, O. (2004). A theoretical study of special acoustic effects caused by the staircase of the EL Castillo pyramid at the Mayan ruins of Chichen Itza in Mexico. J. Acoust. Soc. Am. 116, 3328-3335 https://pdfs.semanticscholar.org/a7d2/8e9f306cb809ca97ae82544822ccc3338825.pdf

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